El otro día leí un articulo que hablaba del auge del audiolibro en España y el fuerte crecimiento que se espera que la industria tenga en este 2021. Ya no es raro que conozcas a alguien que esté enganchado a algún podcast o que viaje al trabajo mientras escucha un audiolibro en vez de la radio. Estamos recuperando la capacidad de escuchar. Y digo “recuperar” porque, en el fondo, eso de escuchar historias es algo que se hacía (y espero que se siga haciendo) cuando tus padres o abuelos te leían un cuento antes de dormir.
Dirigí mi primer audiolibro hace justo un año. En febrero del 2020, ingenuo a lo que se cernía sobre nosotros, terminé mi primera grabación como director de un audiolibro. Fue Elisabet Benavent con Un cuento perfecto (maravillosa casualidad el símil del título con mi mención al arte del cuentacuentos) quien me desvirgó en este nuevo mundo en el que he decidido comenzar una nueva faceta profesional. Me estrené, además, por todo lo alto: el libro de una autora best-seller, con un equipazo artístico y técnico, grabando en uno de los mejores estudios de Madrid con uno de los grupos editoriales más importantes del mundo. Creo que jamás se me va a olvidar aquel primer día de grabación: ¡estaba hecho un auténtico flan! Iba a dirigir a gente que llevaba a sus espaldas muchas sesiones de audiolibros, pilotando un equipo de personas más mayores que yo, con muchísima experiencia en sus respectivos campos, y bajo la supervisión de una productora y de otra profesional.
Yo lo único que sabía era… Dirigir actores. Contar historias. Narrar con imágenes.
Oye, quizá este combo de aptitudes que tengo encajan bien en esto de los audiolibros, ¿no?
Un año después, y con un confinamiento de tres meses de por medio, llevo seis audiolibros dirigidos.
Vale, Manu, pero ¿qué hace un director de audiolibros? Bien, en este post voy a intentar hablaros un poco acerca de esta profesión y de lo importante que es que este tipo de producciones tenga un buen equipo.
La producción de un audiolibro es mucho menos compleja que la de una película, pero más laboriosa que la de un libro. En el fondo, es una mezcla de ambas. El coste y duración de la producción depende del tipo de historia que se quiera adaptar al formato. Y aquí no solamente entran los libros que encontramos en cualquier librería, ojo. Un audiolibro no tiene por qué ser la extensión de un libro que ya existe; también ofrece historias nuevas y originales que se han pensado, directamente, en este formato y que no tienen versión en papel. La diferencia entre audiolibro original y adaptado da para otro post, así que para no desviarme del tema, me voy a centrar el equipo básico que hace falta para producir estos formatos.
Y subrayo la palabra equipo. Porque la calidad de un audiolibro no te lo da solo la voz que lo narra, también las personas que se encargan (o mejor dicho, nos encargamos) de guiar y pulir esa voz. Un audiolibro, además de los actores que lo narran (porque sí, dependiendo del libro o del guión puede haber varias voces), está respaldado por un productor, un director y un técnico. La santísima trinidad. Y si alguna producción de audiolibros carece de una de estas figuras, entonces permitidme que dude de la calidad del resultado final.
Que una historia esté bien narrada no depende solamente de la figura del actor. Por muy buena, talentosa y reconocida que sea la persona que va a narrar el libro, si no tiene un equipo detrás que le guíe, las cosas no van a salir como tienen que salir. ¡Y es algo lógico! Esto, en el fondo, funciona igual que una película: un actor, por muy bueno que sea, si no está bien dirigido, se va a notar; o, del mismo modo, por muy buen cast y director que tengamos, si no hay un equipo de profesionales técnicos, la película no va a quedar bien. En el mundo del audiolibro ocurre exactamente lo mismo.
Mi trabajo como director de audiolibros consiste en patrullar el cotarro. Me convierto en un nexo de unión entre la producción y la productora. Soy la figura responsable de que el texto que se va a grabar se reproduzca de manera fiel. Y esto implica, no solo estar pendiente de que la voz no se invente palabras o se equivoque con el texto que está leyendo, también tengo que ser capaz de conseguir que el audiolibro transmita el alma, la atmósfera y la emoción del manuscrito.
Primero empiezo leyendo el libro y, a medida que avanzo en la lectura, voy desglosando las voces, tomando apuntes de las distintas escenas (¿transmite tensión? ¿acción? ¿es una escena dramática? ¿qué emoción se quiere transmitir? ¿existen palabras en otro idioma? ¿cómo se tienen que pronunciar?). Los PDF de mi iPad son un auténtico festival de subrayados amarillos, textos a mano azules y notas de voz. Y no solo me centro en el tono de los diálogos. La clave de una buena dirección está en los matices; en generar esa atmósfera y aprovechar las capacidades del formato para contar la historia. Por ejemplo, en un capítulo en el que los personajes están manteniendo un dialogo en una discoteca, animo a los narradores a proyectar la voz para generar en el oyente esa sensación de espacio amplio y saturado de gente. O si, por el contrario, están escondidos en un callejón intentando no ser vistos, el susurro y una narración tenue, pero nerviosa, son fundamentales para generar esa tensión.
Me encanta el trabajo previo que hago con los actores para encontrar la voz que va a dar vida a ese audiolibro. Vengo del cine, así que disfruto mucho cuando en los diálogos me dejan que los narradores interpreten como es debido. ¿Cómo es ese personaje? ¿Qué le preocupa? ¿Qué le motiva? ¿Qué evolución tiene en el libro? Me hago tantas preguntas para perfilar los personajes que en las semanas previas a la grabación, hablo con los actores (¡a veces les mando audios de Whatsapp que superan los 10 minutos!) contándoles lo que siento y veo en esos personajes. Y entonces se crea la magia y la sinergia. Porque ellos me dan su punto de vista, sus sensaciones y cuando llega el primer día de grabación lo único que tienen que hacer es encerrarse en la cabina, abrazar el texto y olvidarse del resto del mundo.
Un narrador de este tipo de producciones no puede hacer, a la vez, de revisor. No puede tener la presión y el peso de tomar decisiones cuando duda de la calidad y ejecución de su propia voz. Un actor tiene que estar metido al 100% en la interpretación del texto. Y esto solo se consigue cuando tiene la tranquilidad de que hay un director al otro lado del cristal que está velando por la correcta ejecución del audiolibro.
Si hay algo que llevo haciendo desde que empecé a dirigir audiolibros es, precisamente, consumir este formato. He escuchado un montón de producciones para saber cómo se están haciendo las cosas y es abismal la diferencia que hay entre un audiolibro dirigido y uno en el que han dejado al narrador solo con el técnico.
Cuidemos las producciones, compañeros. Cuidemos las voces que dan vida a las historias. No son máquinas. Son personas que sienten el texto. De poco sirve pagar el caché de una estrella si no tienes a alguien que la sepa hacer brillar. Porque en esta industria, al igual que ocurre con la del cine, la calidad depende del equipo humano que tengas.